La experiencia de dos años de práctica de yoga con pacientes del centro de rehabilitación Takiwasi
Cristian Brito (*)
Takiwasi. Centro de Rehabilitación y de Investigación en Medicina Tradicional, Perú
De acuerdo al Manual de Diagnóstico Psiquiátrico DSM IV-R de la American Psychiatric Association (A.P.A., 2002), la dependencia a sustancias (adicción) es un trastorno que, para ser diagnosticado, debe cumplir con al menos 3 de los 7 siguientes criterios:
- Cada vez menor efecto con la misma dosis de la sustancia o necesidad de aumentar la dosis para obtener el mismo efecto. (Tolerancia).
- Sensación de malestar agudo cuando no se accede al consumo. (Abstinencia).
- Consume más cantidad o por mayor tiempo que el que se proponía.
- Pérdida de control respecto al consumo.
- Usa gran parte de su tiempo en procurarse la sustancia.
- Pérdida de intereses alternativos.
- Continuar el consumo incluso pese a la evidencia de las consecuencias dañinas.
Además de las adicciones a tóxicos hay un gran número de conductas adictivas que, por su normalización social, resultan menos visibles que las adicciones a drogas ilegales e incluso las legales -como el tabaco, el alcohol, somníferos, etc.-, teniendo manifestaciones psicológicas similares que las adicciones a drogas -deseo intenso, pérdida de control, etc.- y un efecto a veces tan pernicioso como el de las toxicomanías. Tal es el caso de la adicción al trabajo, el juego compulsivo, la adicción a las computadoras, las relaciones adictivas, la compulsión a comprar, etc. No resulta difícil ver, en este sentido, que nuestra cultura occidental dominante influida fuertemente por el modelo económico neoliberal, favorece la emergencia de conductas compulsivas al presentar el consumo -de objetos, experiencias, cultura, personas, espiritualidad- como la manera más aceptada de participación en el sistema social y de obtener un sentido de pertenencia e identidad (Fromm, 1992; Moulián, 1997).
La práctica regular de asanas, pranayama y relajación profunda, usualmente integradas en un marco mayor de tratamiento, como en el caso del Centro Takiwasi, induce a la transformación gradual de cada uno de los criterios diagnósticos arriba mencionados en sus opuestos: Libertad, aumento de la sensibilidad, aumento de la sensación de bienestar, aumento del auto-control, integración de nuevos intereses a la propia vida, y cultivo de actitudes de auto-cuidado.
La persona que está sujeta a una sustancia para mantener un nivel mínimo de funcionamiento sabe que ha perdido su libertad. Su fuerza de voluntad está mermada, y con ella su autoestima y sensación de autocontrol. El adicto se vuelve irresponsable consigo mismo y con su entorno porque no siente que tiene control sobre sí mismo ni sobre su ambiente. Además, al momento en que un adicto llega a un programa de rehabilitación a menudo ya se ha prometido decenas o cientos de veces a sí mismo y a otros que lo va a dejar, sin lograrlo. Esto le da la sensación de impotencia y desesperanza aprendida.
A lo largo de la sesión de yoga, la instrucción fundamental es la de estar presente y atento al propio cuerpo, al flujo de la respiración y a los movimientos de la mente -pensamientos, imágenes, emociones, etc.-. Por supuesto que en un principio resulta difícil, sin embargo poco a poco el paciente es capaz de comenzar a apreciar y discriminar las sensaciones placenteras y displacenteras que experimenta en su cuerpo, el cual, hasta ahora, era un terreno ajeno y desconocido, muchas veces rechazado por la tiranía que le impone con su demanda de droga. En la adicción, cuerpo y mente no sólo están separados, sino que en combate.
A medida que el paciente comienza a conocer su cuerpo, identificando grupos de músculos que ignoraba que tenía, o investigando experiencial mente la mecánica de sus articulaciones, comienza a entender su cuerpo y lo que éste necesita. Los ejercicios practicados regularmente en la sesión de yoga de manera lenta y consiente, comienzan a desarmar los automatismos y poner conciencia en su lugar. La persona poco a poco es capaz de escuchar la voz de su cuerpo que estuvo silenciada por tanto tiempo.
Al reencontrarse con su cuerpo, el paciente comienza a darse cuenta de que no necesita complacerlo de inmediato en sus demandas, y que a veces vale la pena hacer un poco de esfuerzo disciplinado para obtener al final de la práctica una sensación de relajación y bienestar profundos. Una constante en estos dos años, ha sido que los pacientes que recién ingresan al programa en general se quejan de la exigencia de las asanas que practicamos en la clase de yoga, sin embargo practican aun con más motivación a la siguiente clase. Al preguntarles por qué practicaban con tantas ganas pese a lo difícil de las posturas, la mayoría responde: “porque después te sientes muy bien, tienes mejor apetito, y se duerme excelente”. Incluso varios de ellos comenzaron a participar en prácticas voluntarias de fin de semana de Ashtanga Yoga, con un alto nivel de exigencia física.
A medida que se comprende el valor del esfuerzo justo, el paciente va descubriendo nuevas posibilidades de obtener un placer sano y legal consigo mismo a través de las sensaciones agradables de los estiramientos, de una respiración profunda y serena, e incluso de poder hacer posturas con su cuerpo que son estéticamente bellas. Gradualmente comienza a transformarse la imagen que él tiene de sí mismo, desde afuera hacia dentro.
Un momento que grafica bien este cambio se da cuando, al segundo o tercer mes de práctica, el paciente se da cuenta de que es capaz de tocar los dedos de sus pies con sus manos sin flexionar sus rodillas en Uttanasana (ver apéndice). Lo que ocurre generalmente es que cuando logra hacerlo el rostro del paciente se ilumina y sonríe, como alguien que recibe un regalo que no esperaba, y durante la siguiente semana uno lo ve a cualquier hora del día tocando sus pies con la flexibilidad recién descubierta. A través de este tipo de pequeñas satisfacciones, el paciente se ve ahora más motivado a seguir descubriéndose a sí mismo, disfrutando del poder y confianza que le confiere el nivel de control que ha ganado sobre su experiencia y disminuyendo las conductas automatizadas que antes lo gobernaban. Estos gestos aparentemente insignificantes constituyen un paso importante para quien maltrató su cuerpo por largos años.
De un modo complementario a lo dicho sobre el cuerpo, la voz de la mente, el “mono ebrio” que describía Swami Niranjananda, poco a poco comienza a abrir espacios de silencio donde el paciente encuentra paz. El discurso agotador de proyecciones futuras, y de arrepentimiento e insatisfacción en relación al pasado de pronto da paso al silencio, cuando el paciente comienza realmente a estar presente en la postura y la respiración. Muchos de los pacientes con que trabajamos recuerdan sólo haber experimentado este tipo de silencio mental –y la paz consiguiente- a través de la fuga de la droga. Muchas veces lograr esa experiencia ha sido la motivación principal para el consumo. Tal vez un paciente logre este estado sólo por un instante en las primeras prácticas, pero eso no debe desanimarnos. Lo importante es que la persona ya cuenta con la experiencia de libertad y tranquilidad mental que puede obtener sin ningún estímulo externo. El paciente ya sabe que lo que buscaba afuera en realidad está en él, y esto lo anima a seguir en la práctica y en su tratamiento.
Este proceso de reconocimiento y valoración de lo que posee en sí mismo, es precisamente el polo opuesto al síndrome de tolerancia, el cual implica una necesidad en aumento continuo de la sustancia, ampliando patológicamente los límites del propio cuerpo. Así, por ejemplo, la cantidad de droga que se inyecta un consumidor adicto a la heroína sería una dosis letal para una persona que no la consume regularmente. Interesantemente, el paciente adicto se caracteriza psicológicamente por poseer una personalidad demandante, succionadora, según la cual siempre tiene que haber un otro que satisfaga las propias necesidades materiales y afectivas. Estas necesidades no sólo no se acaban nunca sino que van en aumento. Del lado complementario de la moneda, usualmente hay algún familiar o pareja dispuesto a dar sin límites, función análoga a la del proveedor de la droga, manteniendo el circuito relacional que sustenta el consumo. El familiar que está enganchado en esta dinámica se vuelve co-dependiente: el adicto depende de la droga, y el familiar depende del adicto.
Cuando al final de la serie de asanas practicamos savasana (ver apéndice), la postura del cadáver para la relajación final, hacemos un recorrido de la atención por todo el cuerpo, llevando nuestra respiración y conciencia a cada parte, deteniéndonos especialmente en los órganos internos –hígado, riñones, pulmones, corazón, etc.-, tomando conciencia de su funcionamiento preciso, enviando nuestra gratitud hacia ellos por su trabajo incansable y comprometiéndonos a cuidarlos de ahora en adelante. Esto favorece en el paciente el reconocimiento de lo que ya hay y funciona, en vez de estar focalizado en lo que falta o no funciona.
En estos dos años he notado que un paso fundamental en los pacientes ocurre cuando en su discurso aparecen menos pedidos y más agradecimientos, lo cual regularmente no se da sino hasta el quinto o sexto mes de tratamiento. Por eso al final de la sesión de yoga, luego de entonar tres veces la sílaba sagrada “Om”, tomamos un minuto para agradecer en silencio por tener un cuerpo y una mente sanos, de contar con compañeros de práctica y de tratamiento, y de poder compartir este momento sagrado.
Al disminuir la tolerancia aumenta la sensibilidad de la persona, refinando su percepción y su motivación desde la búsqueda de estímulos más gruesos -sexo, dinero, fama, etc.- a otros más sutiles -amor altruista, conocimiento, felicidad, etc-. Estos estímulos más sutiles pueden ser de orden espiritual, y es un objetivo deliberado del tratamiento de Takiwasi y de la práctica del Yoga el contacto experiencial del paciente con esta dimensión espiritual en sí mismo de acuerdo a como la signifique cada uno: Naturaleza Buda, Cristo Interno, Atman, etc.
A medida que el paciente avanza en su práctica de yoga, coherentemente va aumentando su sensibilidad, su sensación de bienestar, su autocontrol y autovaloración, cultivándose el deseo natural de cuidarse y mantenerse bien. Es común en esta etapa que el paciente espontáneamente comience a mostrar un cultivo de la moderación y de un estilo de vida general más sano. Muchos de ellos cambian sus hábitos alimenticios y sus rutinas diarias. Los pacientes que continúan practicando yoga luego de terminar su proceso de internación, encuentran en su práctica un recordatorio corporal (anclaje) que les conecta a todo lo vivido y aprendido en el proceso de internamiento, a la vez que acceden a una red de apoyo social particular, usualmente conformada por personas interesadas por el cultivo de un estilo de vida saludable, y que generalmente rechaza el consumo de drogas.
Por último, cabe señalar que la práctica de yoga puede ser una alternativa excelente para los familiares del paciente, quienes usualmente han vivido bajo un estrés emocional importante y a veces llevan una vida tan difícil e impredecible como el propio adicto. El yoga puede ayudarles a recuperar la capacidad de descansar y recuperar vitalidad perdida (Nespor, 2001).
Comentario:
Los trastornos de la alimentación son literalmente una adicción, y como tal, deben ser tratados y tomados con total seriedad.
Quienes los padecen y no tiene plena conciencia de enfermedad ni la oportunidad de recibir tratamiento, literalmente hacen lo que pueden y no lo que quieren, y esto muchas veces los puede llevar a la muerte en el mejor de los casos.
Se sabe que para tratar un desorden alimenticio se necesita de un programa integral que incluya psicólogos, nutriólogos, psiquiatras y muchas veces dependiendo de la gravedad, de internamiento.
Pero poco o nada se habla acerca de la importancia de la espiritualidad, la disciplina, la constancia y el amor al cuerpo que son básicos para alcanzar no solo la recuperación sino un nivel de vida aún mejor del que se tenían cuando el desorden apareció.
Algunas características de las personas que sufren un desorden alimenticio son:
La perseverancia, la fuerza de voluntad, la disciplina, la necesidad de control, la tenacidad, la, hiperactividad, la creatividad etc… Todas estas características junto con problemas como: la ansiedad, la depresión, el miedo y la culpa necesitan de una canalización hacía algo positivo para lograr la transformación de algo autodestructivo al camino de paz y autorrealización interior.
Indiscutiblemente es básico el apoyo de terapeutas, psiquiatras y nutriólogos, pero el efecto mariposa o la gota que dará luz al camino de la recuperación es el yoga.
Yoga es hábito, conocimiento, servicio, devoción, equilibrio, salud, autoexploración, amor y aceptación. Cuanto pensamos en Yoga nos vienen a la mente la paz y las posturas, tal vez algo de auto control y la meditación, en efecto todo eso es Yoga.
Sin embargo, al estudiar el Yoga con profundidad nos encontramos el conocimiento del cuerpo y la mente.
Los beneficios del Yoga son los ingredientes elementales para la plenitud, mientras que las herramientas y prácticas de la disciplina nos ayudan a superar nuestros propios obstáculos y a recordar nuestra verdadera esencia. Así como alcanzar la aceptación de nuestros cuerpos manteniéndolos saludables y en balance.
http://www.psicoperspectivas.cl/index.php/psicoperspectivas/article/view/90/150
Montserrat Sardina Pla
Psicologa
montserratsardina@equinoluz.com